II. MODO DE MEDITACION
Se debe orar en todo momento.
Asistir a la Divina Liturgia |
Renovando durante el día, lo más
a menudo posible, los actos esenciales de oración, despertamos y desarrollamos
en nosotros el espíritu de oración. Las palabras de San Juan vienen a ser como
estrella brillante y fuego luminoso en nuestra vida: Dios es caridad; quien permanece
en caridad m, permanece en Dios y Dios en él.” Como consecuencia, experimentamos
y realizamos la otra sentencia del mismo Apóstol: “quien ha nacido de Dios no
peca, porque la semilla de Dios permanece viviente en el” (I Ioan., III, 9).
La oración interior |
Nada más fácil que de vez en
cuando - aunque solo sea por unos segundos – desprenderse de las ocupaciones y
negocios de la vida ordinaria para unirse con Dios. “Cuán bueno es para mí
depender de Dios (Ps., 76). Así me voy formando poco a poco un aislamiento interno
en el que contantemente obedezco a la voz de mi Bien amado, que me promete este
intimo coloquio: “Le llevare a la salud y hablaré allí a su corazón. (Os., II,
14).
Me esfuerzo con fidelidad
creciente por escuchar atentamente esta voz y por cumplir, lleno de alegría,
todo lo que él quiere de mí. “Escucho lo
que me habla el Señor Dios. “(Ps., LXXXIV, 9). Cuando se me presentan dificultades,
busco en el mi refugio. En el encuentro luz y fuerza, con el comparto mi alegría;
en una palabra, Él ocupa el lugar preferente en mis pensamientos y mis obras.
Mi vida toda, que hasta ahora giraba tan solo alrededor de mi propio yo,
encuentra, en adelante, todo su sentido y objeto únicamente en El.
Todo esto lo hago sin violenta tención
de mi espíritu. La frecuente repetición de actos de virtud aislados tiene como
resultado la formación de hábitos de virtud. Por tanto, si quiero progresar en
la atmosfera de la vida de constante Fe, Confianza y Amor, debo tan solo
repetir, lo más a menudo posible, tales actos. Entonces estoy seguro Dios me
llama a su más íntima comunidad de vida. “Mis delicias son estar con los hijos
de los hombres” (Prov., VIII, 31). Ni cansancio ni trabajo alguno me arredran
en mi esfuerzo para consumir tan rápidamente como sea posible esa comunión de
vida y amor y para permanecer en ella por siempre.
FIN Y OBJETO DE LA VIDA DE
ORACION.
He encontrado ya el ideal de mi
deseo y esfuerzo, ideal henchido de energía, radiante de entrega empapado en sangre
de sacrificio. Ahora se lo que quiero, puedo y debo alcanzar, hasta ahora vivía
sin objetivo claramente definido, y la fatiga del camino me cansaba y me
desanimaba. Pero ahora veo claramente y estoy seguro del camino y fin; en
adelante nada debe detenerme. “No descanso hasta que encuentre a Dios en lo más
profundo de mi corazón. Encontré al que ama mi alma, le así fuertemente y no le
soltaré” (Cant., VIII, 6). No me asusto ya ante ninguna dificultad, pues “todo
lo puedo en Aquel que me conforta” (Philip., IV, 13).
Cuando vuelvo mi vista atrás y
miro obre mi vida pasada, debo confesarme que hacia tan pocos progreso en la
vida espiritual porque me faltaba la meta precisa.
No había comprendido cuan sediento está el
Divino Salvador de almas que se le entreguen sin reserva, a la que pueda el
asimismo darse totalmente. El grado de nuestra confianza y unión con Él se determina
por la medida de la generosidad con que
correspondemos a la gracia. Jesús no pone barreras a su amor. Nicamente exige
poder darse el todo y poder poseer el alma sin ninguna reserva. Pero el alma
tiene miedo de él porque teme lo que es intimidad exige por parte del hombre:
sacrificio y renuncia.
El adelante quiero ser leal y
sincero conmigo mismo. Sé que Dios quiere tomar posesión plena e irrevocable de
mí ser y que me ha predestinado para llegar a ser conforme a la imagen de su
Hijo Jesús. Quiere tenerme por hijo suyo, a pesar de mi integridad. ¡Quien
podría tenerse por digno de tal favor!
Sin embargo, Dios anhela mi
alma no “a pasar de” mi indignidad, sino que precisamente por mi miseria quiere
hacer en mí una obra maestra. El Divino Salvador quiere poner a nuestro alcance
y hacernos comprender esta verdad en las parábolas del Hijo prodigo y de la
oveja perdida. Pues mayor es en el cielo la alegría por un solo pecador
convertido que por la perseverancia de noventa y nueve justos.
Puesto que estoy decidido a esforzarme en adelante por este ideal, debo
reconocer en todos mis pensamientos, palabras y obras, que por mí mismo nada
soy y nada puedo, y que, por el contrario, Dios lo es todo para mí, que todo lo
puede y que todo lo quiere hacer para que yo me entregue a Él con todo mi ser y
poseer.
Lo principal es creer en su
Amor con Fe operativa; “Tu fe te ha salvado” (Luc., VIII, 48).
Kronseder, F., (original de un
cartujo alemán anónimo) “La vida en
Dios, introducción la vida devota”. 2da edición Ediciones Rialp, S. A. (1952) Págs.
73-76. Patmos, libros d espiritualidad, colección dirigida por Raimundo Paniker,
8.
No hay comentarios:
Publicar un comentario