sábado, 28 de noviembre de 2015

II. MODO DE MEDITACION


II. MODO DE MEDITACION

Se debe orar en todo momento.
Asistir a la Divina Liturgia
Renovando durante el día, lo más a menudo posible, los actos esenciales de oración, despertamos y desarrollamos en nosotros el espíritu de oración. Las palabras de San Juan vienen a ser como estrella brillante y fuego luminoso en nuestra vida: Dios es caridad; quien permanece en caridad m, permanece en Dios y Dios en él.” Como consecuencia, experimentamos y realizamos la otra sentencia del mismo Apóstol: “quien ha nacido de Dios no peca, porque la semilla de Dios permanece viviente en el” (I Ioan., III, 9).
La oración interior

Nada más fácil que de vez en cuando - aunque solo sea por unos segundos – desprenderse de las ocupaciones y negocios de la vida ordinaria para unirse con Dios. “Cuán bueno es para mí depender de Dios (Ps., 76). Así me voy formando poco a poco un aislamiento interno en el que contantemente obedezco a la voz de mi Bien amado, que me promete este intimo coloquio: “Le llevare a la salud y hablaré allí a su corazón. (Os., II, 14).

Me esfuerzo con fidelidad creciente por escuchar atentamente esta voz y por cumplir, lleno de alegría, todo lo que él quiere  de mí. “Escucho lo que me habla el Señor Dios. “(Ps., LXXXIV, 9). Cuando se me presentan dificultades, busco en el mi refugio. En el encuentro luz y fuerza, con el comparto mi alegría; en una palabra, Él ocupa el lugar preferente en mis pensamientos y mis obras. Mi vida toda, que hasta ahora giraba tan solo alrededor de mi propio yo, encuentra, en adelante, todo su sentido y objeto únicamente en El.

Todo esto lo hago sin violenta tención de mi espíritu. La frecuente repetición de actos de virtud aislados tiene como resultado la formación de hábitos de virtud. Por tanto, si quiero progresar en la atmosfera de la vida de constante Fe, Confianza y Amor, debo tan solo repetir, lo más a menudo posible, tales actos. Entonces estoy seguro Dios me llama a su más íntima comunidad de vida. “Mis delicias son estar con los hijos de los hombres” (Prov., VIII, 31). Ni cansancio ni trabajo alguno me arredran en mi esfuerzo para consumir tan rápidamente como sea posible esa comunión de vida y amor y para permanecer en ella por siempre.

FIN Y OBJETO DE LA VIDA DE ORACION.

He encontrado ya el ideal de mi deseo y esfuerzo, ideal henchido de energía, radiante de entrega empapado en sangre de sacrificio. Ahora se lo que quiero, puedo y debo alcanzar, hasta ahora vivía sin objetivo claramente definido, y la fatiga del camino me cansaba y me desanimaba. Pero ahora veo claramente y estoy seguro del camino y fin; en adelante nada debe detenerme. “No descanso hasta que encuentre a Dios en lo más profundo de mi corazón. Encontré al que ama mi alma, le así fuertemente y no le soltaré” (Cant., VIII, 6). No me asusto ya ante ninguna dificultad, pues “todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Philip., IV, 13).

Cuando vuelvo mi vista atrás y miro obre mi vida pasada, debo confesarme que hacia tan pocos progreso en la vida espiritual porque me faltaba la meta precisa.

 No había comprendido cuan sediento está el Divino Salvador de almas que se le entreguen sin reserva, a la que pueda el asimismo darse totalmente. El grado de nuestra confianza y unión con Él se determina por la medida de la generosidad  con que correspondemos a la gracia. Jesús no pone barreras a su amor. Nicamente exige poder darse el todo y poder poseer el alma sin ninguna reserva. Pero el alma tiene miedo de él porque teme lo que es intimidad exige por parte del hombre: sacrificio y renuncia.

El adelante quiero ser leal y sincero conmigo mismo. Sé que Dios quiere tomar posesión plena e irrevocable de mí ser y que me ha predestinado para llegar a ser conforme a la imagen de su Hijo Jesús. Quiere tenerme por hijo suyo, a pesar de mi integridad. ¡Quien podría tenerse por digno de tal favor!

Sin embargo, Dios anhela mi alma no “a pasar de” mi indignidad, sino que precisamente por mi miseria quiere hacer en mí una obra maestra. El Divino Salvador quiere poner a nuestro alcance y hacernos comprender esta verdad en las parábolas del Hijo prodigo y de la oveja perdida. Pues mayor es en el cielo la alegría por un solo pecador convertido que por la perseverancia de noventa y nueve justos.

Puesto que estoy decidido  a esforzarme en adelante por este ideal, debo reconocer en todos mis pensamientos, palabras y obras, que por mí mismo nada soy y nada puedo, y que, por el contrario, Dios lo es todo para mí, que todo lo puede y que todo lo quiere hacer para que yo me entregue a Él con todo mi ser y poseer.

Lo principal es creer en su Amor con Fe operativa; “Tu fe te ha salvado” (Luc., VIII, 48).

Kronseder, F., (original de un cartujo alemán  anónimo) “La vida en Dios, introducción  la vida devota”.  2da edición Ediciones Rialp, S. A. (1952) Págs. 73-76. Patmos, libros d espiritualidad, colección dirigida por Raimundo Paniker, 8.

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