17 de Enero. Nuestro venerable
y Teóforo Padre, Antonio el Grande, Abad.
El admirable patriarca
de los monjes, san Antonio (o san Antón como también suele llamársele), nació
en Como de Egipto, de nobilísimos y cristianísimos padres, los cuales murieron
siendo él de edad de diez y siete años. Entrando pues un día en la Iglesia, el tiempo que se leía aquel Evangelio
en que el Señor decía a un mancebo: “Si quieres ser perfecto , ve y vende todo
lo que tienes y dalo a pobres , que así hallaras gran tesoro en lo cielos:
Antonio tomó tan de veras aquellas palabras, como si para él solo la hubiera
dicho Cristo nuestro Señor, y volviendo a casa dió a su hermana la parte de la
hacienda que le correspondía y repartió todo lo demás a los pobres: Había ya en
el desierto algunos solitarios, y entre aquellos uno a quien el santo se
propuso imitar, aunque como abeja solicita también iba a visitar a los otros
monjes, para tomar de todos como de flores, con que labrar la miel de su devoción,
y sacar en si un perfectísimo retrato de las virtudes que veía en los otros:
Pero el demonio temiendo tan grandes y gloriosos principios, le asaltó con todas las fuerzas, presentóle
rudo combate el mismísimo demonio, tentándole reciamente para que dejase a
soledad, acometiéndole con la llama de los apetitos libidinosos, apareciéronle
en figura de una doncella sobremanera hermosa, y lasciva y atormentándole, ya
con sus gritos, alaridos y horribles visiones de monstruos infernales, bajo la
figura e diversos animales y sobre todo de cerdo, de donde vino la costumbre de
representarlo con uno. Ya con azotes y otros suplicios, hasta dejarle como
muerto. Triunfo el santo de todo el poder del infierno, y aun acrecentó sus austeridades,
encerrándose en la cueva de un castillo desamparado, donde moró por espacios de
veinte años, (preparábase para esa misión con largos años de penitencia en los
desiertos de Egipto) hasta que viniendo
a él muchos hombre tocados de Dios, que querían vivir debajo de su santa
instrucción, salió de su encerramiento y comenzó a fundar muchos monasterios,
es el fundador de os cenobitas, o monjes que viven la vida común en un cenobio,
los cuales fueron tantos, en que aquellos desiertos parecían ciudades
populosas, habitadas por ciudadanos del cielo. Sabiendo pues que muchos
cristianos eran presos en las persecuciones de Maximiliano y llevados a
Alejandría, encendiéndose en gran deseo del martirio; servíales en las
cárceles, acompañábales en los tribunales, animábales en los tormentos,
muriendo porque no muriendo por Cristo: mas no quiso el Señor que acabase con
el filo de la espada la vida del que era padre y maestros de innumerables
monjes. No se puede fácilmente creer la grandeza de los milagros que obró el
Señor por este su siervo fidelísimo, como la muchedumbre de enfermos que
prodigiosamente sano. Finalmente habiendo vivido ciento cinco años, y llenado
el mundo con la fragancia de su santidad y de sus milagros y victorias, mando a
solas a dos discípulos suyos que en muriendo, le sepultasen, sin que ninguno
supiese el lugar donde estaba enterrado y despidiéndose luego tiernamente de
todos, extendió los pies y miró con alegría la muerte, como quien veía los
coros de los ángeles que venia por su alma para llevarla al cielo, (Murió en el
356).
Reflexión: San Juan
Crisóstomo decía: “Si alguno viniere a los desiertos de Egipto, hallará que
están más amenos y deleitosos que el paraíso, y verá innumerables compañías de
ángeles en figura humana, y ejércitos de mártires y coros de vírgenes, y la tiranía
del demonio derribada y el reino de Cristo resplandeciente”. ¡Oh, qué bien estaría
la sociedad si se gobernase por las leyes del Evangelio! Fuerza tiene hasta
para formar ciudades de santos, ¿cuánto mas, para hacer a los ciudadanos, medianamente
virtuosos? Desengañémonos; al paso que la sociedad se acerca a Dios se va
tornando en paraíso; y al paso que se aleja de Dios se convierte en infierno. Y
lo mismo pasa en la familia.
Oración: Suplicámoste,
Señor, que nos recomiende a ti la intercesión del bienaventurado Antonio abad,
para lograr por su intercesión lo que no podemos alcanzar por nuestro meritos.
Por Jesucristo, Señor nuestro. Amén.
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